¿Es posible un noviazgo cristiano?
(Ref. revistamision.com)
Están en las antípodas de los clichés que los pintan como ñoños, reprimidos o pasados de moda. Los jóvenes que hoy viven su noviazgo en coherencia con su fe dan la cara, y explican con normalidad y sin tabúes por qué vivir su relación “con Cristo en el medio” es “lo que cambia todo y lo mejor que le puede pasar a una pareja”.
Hace menos de un año, Luis Casarrubios (a quien sus amigos llaman Luisto) vivió una experiencia que tilda de “surrealista”: con dos amigos subió a YouTube una versión cristiana de Despacito y, en pocos días, su Resucito se había convertido en un fenómeno viral, con un millón y medio de reproducciones en las redes sociales, y con radios, periódicos y webs de dentro y fuera de España solicitándole entrevistas.
Sin embargo, aunque aprovechaba cada ocasión para dar testimonio de su fe, en esos momentos Luisto tenía otras preocupaciones en la cabeza y en el corazón: “El éxito del Resucito me pilló justo cuando Laura y yo estábamos empezando a salir, así que, como comprenderás, mis prioridades eran otras”, dice con comicidad. A su lado, Laura Oliver, de 20 años –él tiene 24–, ríe con complicidad y sigue contándonos los detalles de cómo se conocieron y de lo enamorados que siguen nueve meses después de empezar a salir.
En apariencia, Laura y Luisto son como cualquier pareja de novios de su edad, que araña horas para verse en época de exámenes, se mueven en las redes como pez en el agua, usan el mismo vocabulario que el resto de sus compañeros, quedan con amigos, ríen (y mucho), hacen planes juntos y se mandan mensajes de amor con emoticonos de corazones por WhatsApp.
Sin embargo, tienen algo que marca la diferencia en su entorno: “Nosotros somos católicos y queremos vivir el noviazgo en coherencia con nuestra fe, es decir, poniendo a Cristo en medio para que sea Jesús quien nos enseñe a amar al otro como Él nos ama a cada uno. No queremos dejar a Dios fuera de nuestra relación, ni pactar con la incoherencia por miedo a no tener fuerzas o por no fiarnos de la gracia. Si no es posible un amor más grande que el que Dios nos tiene, no podemos encontrar un mejor impulso para nuestro amor que el que nos da Dios mismo”, dicen con tanta firmeza como alegría.
Ambos saben que, hoy, su forma de vivir el noviazgo va contracorriente: “Hay gente que piensa que el noviazgo cristiano no existe, o consiste solo en no acostarse. Nosotros sabemos que es mucho más, y que vivir el noviazgo poniendo en el centro a Cristo lo cambia todo, hace que todo sea mucho más pleno y auténtico, y es lo mejor que le puede pasar a una pareja que se atreva a vivir un noviazgo de verdad, que tenga la garantía de la gracia de Dios”.
Amar más a Dios
El camino que Laura y Luisto acaban de empezar es el que Álex Martín (26 años) y Diana Platas (27) empezaron en 2013. Con fecha de boda para el próximo mes de junio, hablan intercambiando miradas, medias sonrisas y bromas que dejan ver, sin palabras, muchas conversaciones a corazón abierto. Como dice Álex, “hablar de todo, del día a día, de tonterías y también de temas profundos, con toda sinceridad, confiando plenamente en el otro, sin juzgarnos, perdonándonos y buscando que el otro sea más parecido a como Dios lo ha pensado, es esencial para que la relación tenga futuro”.
“Antes de empezar –explica Diana–, a los dos nos había dado tiempo a hacer mucho el tonto con otras personas y, por eso, sabíamos que no queríamos una de esas relaciones en la que cada uno se mira el ombligo y que te deja el corazón roto por no hacer las cosas bien”. Así que cuando, al poco de conocerse, Álex le dijo que “yo quería a una chica que estuviese enamorada de Jesús y le quisiese a Él más que a mí, para que así me acercase a Dios y yo pudiese hacer lo mismo”, Diana descubrió “una forma más grande de vivir una relación, porque solo Dios puede hacernos felices de verdad, y no nuestras fuerzas”.
“Es un tiempo para disfrutar, pero sobre todo para buscar la voluntad del Señor”
“El corazón humano solo es capaz de cambiar cuando se siente amado –afirma Álex–. Así que cuando veo que Diana quiere lo mejor para mí, y lo mejor solo puede ser Dios, yo quiero ser mejor, cambio de verdad y trato de ofrecerle la misma libertad, dignidad y plenitud que ella quiere para mí”.
“A mí lo que más me ha cambiado al vivir un noviazgo fiándonos de la propuesta de la Iglesia –explica Diana, que por su formación en psicología ha trabajado en talleres de afectividad cristiana– ha sido descubrir dos cosas”. La primera, “que el amor es un acto de la voluntad. Es decir, que me he enamorado de Álex de forma involuntaria, pero que depende de nuestras decisiones construir y cuidar la relación, mirando por el bien del otro y no solo a mi ombligo”. Y, la segunda, “plantear el noviazgo como un camino, no como un fin. Es un tiempo para querernos y disfrutar, pero sobre todo para buscar la voluntad del Señor y discernir si Álex es el hombre de mi vida, y yo la mujer de la suya”.
Desnudar el espíritu
El sacerdote José Pedro Manglano, autor de varios libros sobre afectividad y pastoral juvenil, les da la razón. Por su experiencia con novios, sabe que los que llegan a buen puerto no son siempre los que se casan, sino “los que se dan cuenta de que el matrimonio es un camino de santidad y el noviazgo es el momento de discernir si tu pareja es la persona más adecuada para recorrerlo contigo”.
Manglano explica a Misión que “el noviazgo desde la fe implica mucha comunicación y un progresivo desnudamiento del espíritu ante Dios y ante el otro: sincerarse, perder el miedo, reconocer las grandezas y las debilidades propias y del otro; las limitaciones y las virtudes; la historia pasada, las ilusiones de futuro, las raíces familiares…”. Eso “te hace vulnerable y sirve para saber si te sabes amado, o si te sientes juzgado. Y puedes darte cuenta de que no hay camino con esa persona, pero eso no es un fracaso, sino la salvación”.
“Quitarte los prejuicios y fiarte de Dios y de la Iglesia no merece la pena: ¡merece la vida!”
Álex y Diana comparten su secreto tras cinco años de noviazgo: “Compartir la oración ha sido clave. No hay otra forma de poner a Dios en el medio. Cada día tenemos nuestra oración personal y rezamos uno por otro, pero también rezamos juntos. Vamos a misa, nos ponemos ante el Sagrario, rezamos juntos en voz alta, y vivimos en comunidad con nuestro movimiento, para no aislarnos y encontrar la fuerza de la Iglesia. Ver cómo la gracia de Dios actúa es algo que todo el mundo debería vivir”. Como concluyen Laura y Luisto, “quitarte los prejuicios, fiarte de Dios y de la Iglesia, confiar en la gracia, perder los miedos, dar un paso al frente y lanzarte a la aventura de un noviazgo cristiano no es algo que merezca la pena: ¡merece la vida!”